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La necesidad de perdonar, surge de la necesidad de calmar el sufrimiento que nos genera estar odiando.
Y tu odio surge de esa parte de ti (tu personaje o Ego) que clasifica las cosas de buenas o malas, apropiadas o no, tolerables o no…

La parte de ti que juzga el mundo todo el tiempo y se cree en posesión de la verdad y la razón. Todo eso es mente y el perdón, el verdadero perdón surge del corazón.
Tenemos interiorizado un concepto de perdón en el que: yo reconozco mi error, pido perdón y tú me perdonas.

Pero no es un perdón real, en tu mente solo es una tregua que me das mientras no vuelva a cometer el mismo error.
Si lo repito tu mente abrirá el cajón de las afrentas pasadas y concluirá que ya es demasiado y esta vez, no puedes perdonarme.
Esto sucede porque esa clase de perdón se otorga cual gracia divina, desde una posición de: yo estoy en lo cierto, si tú reconoces tu error, yo te perdono.
A veces hasta podemos otorgarlo sin que lo reconozcan: yo estoy en lo cierto y aunque tú no lo reconoces, como soy una persona de “buena fe” o “como te quiero”, voy a olvidarlo (al menos por esta vez).
Todo ésto es Ego. Es tu personaje que previamente ha juzgado que el comportamiento de la otra persona está mal, es decir estás dando por sentado que tú tienes la razón y el otro no y mientras te creas poseedor de la razón, tu perdón solo será una concesión.
Solo desde el corazón se puede dar el no juicio, la conciencia de que cada persona actúa de la única manera que sabe y puede en cada momento, en base a su situación y programación. La certeza de que cada persona procesa la realidad desde sus filtros y nadie tiene en propiedad la verdad.
Solo desde una mirada limpia y una compresión más profunda que integre aprendizajes y no faltas, se puede entender lo siguiente:
“Cuando no hay juicio tampoco hay necesidad de perdonar”.
Si llevas tiempo haciendo trabajo de perdón, llevas tiempo perdiendo el tiempo.
Mira lo que tanto te molesta o te duele como algo tuyo «porque lo es» y trabájalo en ti.
El proceso de perdonar, dura el tiempo que tardes en dejar de juzgar.

Gemma Pitarch

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