
Independientemente de que tengas hijos o no, imagina lo siguiente:
¿qué haces si estas junto a un niño que no quiere ir donde tu sabes que hay que ir?
¿Le obedeces?, ¿haces lo que el niño quiere?, ¿o le das los razonamientos que consideres necesarios y pones los limites necesarios para que entienda lo que hay que hacer?
¿Verdad que te echarías las manos a la cabeza, si un adulto modificase continuamente sus planes en base a los deseos de un niño?.
Sin embargo, continuamente nos paramos y justificamos en las heridas de nuestro niño interno, para no dirigirnos hacia donde queremos.
Porque de pequeño me desvalorizaron, yo no me doy valor y no puedo conseguir …
Porque de pequeño no me quisieron, yo no me quiero y no puedo hacer…
Porque de pequeño me pegaron, soy violento y no me sé controlar …
Dejas continuamente al adulto que eres, en manos de los deseos del niño.
Puedes observarte si quieres de manera disociada, es decir mirar desde tu parte adulta al pequeño niño en ti teniendo miedo, angustia, rabia… y aún sintiéndolo así, tomar la iniciativa desde tu parte adulta y dirigirte hacia donde quieres ir.
Es una parte de ti, pero no eres TÚ.
Así que al igual que cuando enseñas a un niño una habilidad nueva, necesariamente tienes que repetirla y ser constante hasta que la aprende, tu vas a tener que hacer lo mismo con tu niño. Llevarlo una y otra vez a atravesar sus miedos hasta que lo logre.
No hay excusas, tú eres el adulto, enséñale.
Gemma Pitarch